Dentro del movimiento y el intercambio que caracterizaba las civilizaciones del Indo, Mesopotamia y el Nilo, los imperios emergentes imponían una estabilidad que en ocasiones daba lugar a una mayor interacción entre los estados y los pueblos debido a la seguridad inherente al imperio. El ejemplo más sorprendente de este aumento de la interacción es el comercio. Muchos investigadores afirman que la concentración de pueblos en determinadas áreas y los cambios de densidad demográfica están relacionados con patrones de comercio. El crecimiento urbano puede explicarse analizando los espacios donde el comercio era posible y las formas en las que este comercio agrupaba a pueblos con sus bienes y servicios. Estos espacios necesitaban una cierta autoridad que les garantizase orden y seguridad. A partir de ahí podemos especular sobre el crecimiento del espacio urbano y sobre las instituciones y pueblos que los administraban.
Los bienes y la seguridad que ofrecían estos espacios urbanos atrajeron a comerciantes, los cuales no sólo viajaban de un lugar a otro transportando bienes e ideas, sino que también a menudo se establecían en lugares distantes, creando nuevas comunidades dentro de otras comunidades ya existentes. A veces, algunos de estos comerciantes hacían de embajadores llevando información de interés para el mantenimiento de buenas relaciones entre sus países de origen y los adoptados por ellos a través del comercio. Estos comerciantes también ayudaban a resolver asuntos que pudieran resultar problemáticos para sus compatriotas. Muchos de estos comerciantes emigrados se establecían en sus sociedades de adopción, añadiendo otro elemento de interacción y mezcla.
El aporte Hitita a tal fin se vio reflejado en las importante redes comerciales que confluían en varias de sus ciudades - estados. La más importante de todas fue Ankara, este fue sin duda el centro comercial mas prospero del mundo antiguo. De aquí surgían las rutas comerciales en que los hititas comercializaban bienes materiales y simbólicos con diferentes reinos, como los egipcios, para seguir acrecentando poder.
Batalla de Qades:
Batalla de Qades (También llamada Kadesh), combate bélico que enfrentó a tropas Egipcias e Hititas hacia el 1296 a C en las proximidades del río Orontes, al oeste de la actual Siria. Concretamente en lo que hoy es Tell An-Nabi Mind.
La ciudad de Qades había pasado de formar parte del reino de Mitanni a integrarse en el Egipto faraónico a finales del siglo XV a.C., para a continuación, a mediados de la centuria siguiente, ser capturada por el Imperio Hitita, y cambiar de nuevo de manos a finales de ese siglo XIV a.C. Hacia el 1314 a.C., el rey Hitita Muwatalli recuperó la ciudad, en medio del largo conflicto que enfrentaba a su Imperio con el poder egipcio. Desde su ascenso al trono, el faraón egipcio Ramsés II, hijo del también faraón Seti I, combatió el expansionismo Hitita en un intento por devolver a su propio dominio los territorios arrebatados por aquél en el norte de Á frica y en Asia Menor. El encuentro se produjo a raíz del intento de invasión de la zona Siria del Imperio Hitita llevado a cabo por Ramsés II en el 1296 a.C., que Muwatalli pretendió sin éxito repeler en Qades. Aunque Ramsés II consideró su victoria un triunfo esencial en el prolongado enfrentamiento egipcio-hitita, lo cierto es que ambas potencias tardarían no menos de 13 años en acordar un verdadero tratado de paz. Pese a su escaso valor decisivo, la batalla que tuvo lugar en Qades ha sido considerada uno de los combates bélicos más afamados de los que se produjeron a lo largo de la edad antigua. El histórico choque de ambos ejércitos aparece representado en una de las series de relieves que decoran majestuosamente el templo mayor de Abú Simbel, a orillas del Nilo, en el Alto Egipto.